Tú decides tener un hijo y tal. Y te lees a Carlos González
y hojeas a Estivill, y sabes que el segundo no, pero el primero tampoco al cien
por cien. Y observas y opinas de todos los padres y madres que conoces, y
redactas mentalmente con tu pareja la lista de “yo no voy a hacer eso”, que
luego sí harás, pero todavía no lo sabes. Y por fin tienes a tu primer hijo, y
es fascinante y aterrador. Y pasas la baja maternal enamorada y desvelada, leona que no me digan nada, solo siendo capaz
de cuidar. Y se acaba la baja y debes volver a trabajar. Y te gusta la casa de
niños de tu pueblo porque has podido compartir ratos con las educadoras, y
confías en ellas, pero el desagarro del primer día no te lo quita nadie. Y,
fíjate tú, yo no sabía …
- Que me iba a sentir tan acompañada por las
educadoras en la crianza de mis hijos.
-
Que mis hijos iban a ser tan felices y a
disfrutar tanto en la casa de niños.
-
Que me iban a enseñar tanto para favorecer que
adquieran hábitos básicos, respetando su etapa vital y su ritmo personal.
-
Que el cariño y el respeto es una herramienta de
trabajo.
-
Que los niños y niñas son tratados como personas
únicas, que les iban a conocer tanto y a descubrir a las familias tantas cosas sobre ellos.
-
Que las educadoras se iban a emocionar conmigo
en los pequeños hitos que irían consiguiendo.
-
Que en la etapa 0-3 los niños y niñas pueden
aprender y descubrir tantas cosas, de la mano de educadoras con tanta
formación.
-
Que a las familias nos iban a ayudar a ir
desplegando sus alas, facilitando su autonomía, descubriéndonos todo lo que
saben hacer solos, solas.
Las Casas de Niños resisten, pese del descenso de
natalidad en la sierra norte. Y a pesar de la baja remuneración y el poco
reconocimiento de la etapa 0-3 desde las autoridades educativas, su trabajo es
imprescindible y acompaña a nuestros hijos e hijas durante toda su vida.
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